martes, 26 de marzo de 2013

Las armas y las letras. Por: Piedad Bonnett / La llama inclinada: la poesía de Carlos Satizábal. Por: William Ospina

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Las armas y las letras
Por: Piedad Bonnett
Piedad Bonnett
EL ESPECTADOR .com,  Opinión |23 Mar 2013 - 11:00 pm
Recién entrada a la universidad, el papá de una amiga estudiante de ingeniería me preguntó qué estudiaba yo. Cuando le respondí que filosofía y letras, él no dudó en afirmar, lapidario: “Ah, un bonito adorno”.

Eso mismo piensan muchos de una de las formas más antiguas y más significativas de la literatura, la poesía, cuyo día, por cierto, se celebró el pasado 21 de marzo. ¿A quién le importó? Pues a casi nadie, porque la mayoría cree que poesía son palabras bonitas, frases rimadas que presentan una visión idílica o edulcorada del mundo. Y en verdad, ¿qué es poesía? Paul Celan dijo que era una especie de regreso a casa. Salinas, que es una aventura hacia lo absoluto. García Montero, que es un ajuste de cuentas con la realidad. Paz, que la poesía está en el mundo y que el poeta la recoge en el lugar donde mejor se expresa: el poema. Habría que decir que es una forma particular de ahondar en la realidad y de iluminarla. Y yo quisiera creer, como Hölderlin, que “los poetas echan los fundamentos de lo permanente”.
El hecho es que siempre ha habido y habrá poesía. Y que la han ejercido gentes de las más diversas profesiones, y por supuesto sin profesión ninguna. Omar Jayyam fue astrónomo, Sor Juana, monja, Michaux, pintor, Nicanor Parra, físico y matemático, y Joan Margarites, arquitecto. Los hay geólogos, y antropólogos y conozco uno, colombiano, que trabajaba criando pollos. La tradición de médicos poetas también es amplia: desde Nicias, quien vivió en el siglo III antes de Cristo, hasta William Carlos William y Gottfried Benn, pasando por Keats y Schiller, que pronto abandonaron la medicina. La afinidad entre ésta y la poesía no nos resulta extraña. Más difícil nos resulta asociar milicia y poesía. ¿Un militar poeta? Difícil esa relación, sobre todo si pensamos, como Carson McCullers, que “una vez que un hombre entra en el ejército lo único que se le exige es que siga los talones del que va adelante”. Y sin embargo, la historia está llena de soldados poetas: lo fueron Jorge Manrique y Garcilaso de la Vega y Alonso de Ercilla, el autor de La Araucana, y Calderón y el mismo Cervantes, que puso a don Quijote a deliberar sobre qué es más importante, si las armas o las letras. Y ya saben ustedes qué dictaminó el Caballero de la Triste Figura: que las armas tienen preeminencia sobre las letras, porque el soldado arriesga más: su propia vida.
Pero eran tiempos heroicos, claro. Ya en las guerras mundiales muchos poetas fueron a la guerra a su pesar. Hoy asociar las letras con las armas nos resulta difícil. Por eso resulta tan significativo, en un continente machista, que Rafael Correa haya nombrado como Ministra de Defensa a una mujer, que además es poeta. Esta semana María Fernanda Espinosa estuvo en Bogotá atendiendo asuntos políticos y además leyendo su poesía. Las armas y las letras en las mismas manos, sensibles a la belleza y a las desigualdades, pero en un mundo moderno que, contrariamente a don Quijote, prefiere más poesía y menos guerra. Como debe ser.
Piedad Bonnett | Elespectador.com
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La llama inclinada: la poesía de Carlos Satizábal
Por: William Ospina
William Ospina
EL Espectador .com, Opinión |23 Mar 2013 - 11:00 pm  http://www.elespectador.com/opinion/columna-412192-llama-inclinada-poesia-de-carlos-satizabal . Impreso 24 Mar.
No dice: "cayó la nive", dice: “al amanecer el cielo descendió a nuestras manos”. No dice: “niebla”, dice: “una nube de frío ocultó las piedras y los rostros apurados de las calles”. No dice: “Somos pesados y humanos”, dice: “El cielo es de los pájaros”. No dice: “la música nos hace participar de los atributos divinos”. Dice: “un canto asciende de los cielos de dios”.

En esta poesía atareada, luminosa, numinosa, pensativa, estamos en el día octavo de la creación, donde todo ha quedado por un tiempo en las manos del hombre, en las lenguas del hombre, y nada es meramente materia y nada es meramente espíritu. Los metales obedecen a la voluntad, el agua se niega a lavar las culpas, la vida es fragilidad, todo nos estremece por su dimensión cósmica, por su pertenencia a un orden amenazado, y todo tiene una raíz mitológica.
Ya al ser humano no lo asombra ni lo conmueve que le ocurran las cosas, lo asombra y lo conmueve que ocurran: que la luz se refugie en el agua, que la llama se refugie en las ramas, que el amarillo se refugie en la llama. Despertar no es nunca despertar a la habitación ni a la biografía, es siempre despertar al universo insomne de astros y de grillos.
En La llama inclinada, Carlos Satizábal nos enseña a ver y nos enseña a oír; nos revela de pronto casi con rudeza que vivir es algo más que dejarse llevar por los vientos del día y por las olas de la historia, que seremos menos dóciles si sabemos ver en el mar azul de Cádiz “la oscura sangre de esclavos y galeotes que rumian sus miserias al olvido de las olas”, que seremos más firmes y más poderosos si sabemos ver “el costillar de peces de viejos galeones sepultados en oro,/ las voces milenarias del vino y del salitre,/ las canciones del sol que vuelve pensativo del mar de África”.
Somos humanos, nunca vemos cosas: todo mirar es a la vez pensamiento y fantasía, memoria y deseo, investigación y revelación. Por eso oír cantar en un café de Cádiz al viejo marinero es vivir en unas horas experiencias infinitas: “la cara de hacha del viejo marinero recuerda el olvidado remo celta,/ y la fuente romana y el acero visigodo y la memoria de Grecia”. Hay un Sahara en el viento, “los desterrados de la noche cantan sus sueños de mar al viento africano del amanecer”, y el brazo del cantor se extiende desde el jazmín que amanece hasta el mar donde la aurora sangra. Los que vienen del desierto saben encontrar lo perdido, y como si sacaran una estatua griega herrumbrada por el mar, unos seres con turbantes, encorvados por la nostalgia, exhuman de las ruinas la minuciosa voz de Aristóteles.
Cada poema una aventura poderosa y profunda. Sólo la poesía sabe contrariar la pobreza de nuestra mirada cuadrada por las pantallas, deformada por el hábito, empobrecida por el culto de la riqueza, cegada por “la luz de los noticieros”. Allí donde los ojos áridos de los videntes a distancia ven a los inmigrantes africanos en sus pateras rotas por las piedras y el viento, que buscan en Europa “el pan duro que brilla en las esquinas desdentadas”, un pequeño drama de ilegalidad “en sórdidas noticias policiales”, el poeta ve el drama verdadero, enorme, del tamaño de un continente y de un alma.
Los inmigrantes: los bellos muchachos y las bellas muchachas que hace siglos llevaron a Europa el ajedrez y las Mil y una noches, que cabalgaron en caballos de Luna y construyeron ese orgullo de jardines de España, los que llenaron de ángeles las páginas de Tomás de Aquino y de azul las páginas de Rubén Darío, alzan los brazos negros que arrojan luz por sus dedos y vienen a cavar en las ruinas de Europa para descubrir los diamantes del futuro, pero vienen en las naves heroicas de la pobreza, y los dioses de Ulises los combaten ante las playas inaccesibles, y un acantilado de hoteles de turismo ya no es capaz de ver a los dioses, sus humildes instrumentos, sus arduos caminos, su recóndito triunfo.
Cada poema un cosmos rumoroso. Cada poema un desafío espléndido. En su canto “Lluvia del indio levantado”, el poeta sugiere que un silencio anterior al idioma le dio a Benito Juárez la sabiduría necesaria para entender a su país, para saber que a estos pueblos diversos no se los puede gobernar desde un centro sino viajando y abriendo los cántaros de la memoria. “Descifró la lengua de Castilla a los quince años/ y ahora en sus cincuenta gobierna de pueblo en pueblo:/ su silla trashumante galopa los valles y las milpas y libera tierras y esclavos”.
En La llama inclinada de Carlos Satizábal, ese viento que inclina la llama, que es el viento del lenguaje, no es visto, como lo quiere la tradición, como nuestro mayor mérito, como la virtud que nos hace superiores y reyes del mundo. Es también la prueba de una pérdida. Tenemos la palabra porque hemos perdido nuestro lugar en “la eterna armonía”. A las otras criaturas “una ley antiquísima o divina las rige”, nosotros, con palabras, buscamos en vano esa ley. Sí, es verdad, anhelamos el canto, “la ley y en ella la canción, una música de palabras”. Quizá pertenecer de verdad al mundo. Pero “en medio del maizal las torcazas alzan vuelo/ al sentir la voz de los corteros que se acercan”.
La llama inclinada es el libro ganador del Premio Nacional de Poesía, de la Tertulia Literaria Gloria Luz Gutiérrez.
 *William Ospina
 William Ospina | Elespectador.com
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la entrega del Premio Nacional de Poesía Inédita IV versión 2012. 
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04/27/2012 -
El pasado 23 de abril se entregó en el marco de la Feria Internacional del Libro de Bogotá y en el Día Internacional del Idioma y el Libro, el Premio Nacional de Poesía Inédita IV versión 2012, que organiza la tertulia literaria de Gloria Luz Gutiérrez. El premio fue otorgado al poeta Carlos Satizabal y su obra titulada “La Llama Inclinada”.

El Jurado integrado por Marco Antonio Campos, Ramón Cote Baraibar y Raúl Vallejo al tomar su decisión consideró que el libro “La llama inclinada” tiene un buen manejo del poema extenso y el hálito poderoso del verso largo. Asimismo, desarrolla una recuperación admirable de las razas y etnias marginales. Es de destacarse la vasta musicalidad que contienen sus versos y la creación de mundos que parecían no vistos antes”. 

Según su autor este escrito aborda temas como: “El destierro, la vida, los paisajes, la memoria y la música”.

Carlos Satizabal, aparte de ser poeta es músico, dramaturgo, actor y director teatral, también es profesor de la Universidad Nacional en la Escuela de Cine y Tv, participa activamente en Talleres de Investigación Teatral, en donde trabaja en diversos proyectos artísticos y culturales y ha publicado ensayos sobre filosofía, urbanismo, educación, culturas populares, teatro y estética en libros colectivos y revistas nacionales e internacionales.
Presentamos en esta sección aspectos de dicha premiación en la que se escucharán las intervenciones de Federico Díaz-Granados, Director de la Tertulia, Gloria Luz Gutiérrez, Presidente de la Tertulia, el doctor Álvaro Castaño Castillo, Presidente Honorario de la Tertulia, Marco Antonio Campos, integrante del jurado y de Carlos Satizábal, poeta ganador.

Foto: Gloria Luz Gutiérrez.

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Carlos Satizábal, dramaturgo, escritor, gana Premio Nacional de ...

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