miércoles, 16 de diciembre de 2009

Fernando Denis. Textos sobre él y su obra.

.
Portal-blog complementario a NTC ... Nos Topamos Con ...
http://ntcblog.blogspot.com/ , ntcgra@gmail.com Cali, Colombia.
Y a los relacionados en:
http://ntcblog.blogspot.com/2009_10_11_archive.html

.
Como complemento a esta publicación, ver: Fernando Denis. "La geometría del agua".

http://ntcpoesia.blogspot.com/2009_12_19_archive.html

.
DENIS EN SU PAÍS DE MARAVILLAS
.

William Ospina

La más evidente virtud de la poesía de Fernando Denis es la originalidad. Nadie entre nosotros enlaza las palabras con más libertad, y por eso cuando lo leemos la más frecuente reacción del lector es de asombro, de desconcierto.

Denis ha leído mucho, sobre todo la poesía inglesa. Conoce a William Morris y a Swinburne, a Dante Gabriel Rossetti y a Coleridge. Lo seducen esas flechas de centauro, el tenebroso jardín de Proserpina, el libro de poemas que estuvo cerrado siete años en la casa de la muerte, sobre la lenta disgregación del pecho de una muchacha, no sé si adorable, pero adorada, el palacio inmortal que erigieron las palabras una tarde después de la siesta.

Denis ha recibido todo ese caudal, lo ha asimilado, se ha mecido en sus olas, y ha recibido de sus poetas y de sus dioses el don de un lenguaje espléndido, de una imaginación irresponsable, de una sensibilidad que la música hiere, y hiere hondo. Hace ya tantos años lo conozco: siempre el mismo. Con plantillas de viento como Rimbaud, el desesperado, vagando de un lado a otro, soñando su casa imposible. Como dice Barba Jacob:

Errar, errar, errar a solas,
La luz de Saturno en mi sien,
Roto mástil sobre las olas
En vaivén.

La errancia de Denis no es un mero capricho de su destino. Es un signo, el signo doloroso de que este poeta, como muchos, sólo tiene su morada en las palabras. En ellas ha arraigado y sólo en ellas vive. Su Diosa es a la vez avara y pródiga, es dulce y es cruel. Le da toda la música pero parece prohibirle incluso que se detenga a saborearla. Por eso la miel de sus versos brota de él y se pierde, como si se la robaran abejas malignas.

Esta semana le dije: «Denis: escucha este poema:
.
Nadie sabe cómo esta palabra que te traigo
Podrá romper todas las piedras; nadie.
Hay dientes en las rosas que muerden la lluvia,
Que muerden el barro, y nace el musgo entre esos dientes
Bajo los filosos hilos de plata que custodian las nubes.


¿Conoces esos versos? Le dije después. ¿Hiciste tú esos versos?» Me contestó: «Deben ser míos, porque yo escribo así. No los recuerdo, pero es que a veces escribo desvelado o ebrio».

Hay poetas que viven apegados a las tres metáforas que han ensamblado. Denis no recordaba que esos versos eran suyos, porque muy a menudo le toca olvidar el oro que brota de sus manos. Y yo sé que son suyos porque tengo la página manuscrita, con sus tachaduras, con un dibujo encima, una criatura o torre flotando en las nubes, uno de esos dibujos abigarrados y a veces poderosos que le gusta rayonear en las páginas de sus cuadernos.
Y cuando escucha los poemas y los reconoce, sé que lo conmueve que sus dioses le hayan dado toda esa belleza. Voy a contar otra anécdota. Un día lo encontré en la calle y le dije: «Quiero mostrarte un poema, Denis». Era un poema breve:

Había llamas hermosas brotando de los labios.
Eran canciones.

Me dijo que le parecía hermoso, y me preguntó cuándo yo lo había escrito. «No es mío, le dije, es tuyo». Unas noches atrás me había llamado por teléfono y me habló de mil cosas. De repente, mientras contaba historias de una muchacha, de una de las blancas Zenócrates de las que vive enamorado, pronunció esas palabras. Yo las copié al vuelo mientras él seguía hablando, porque sentí que eran un poema. Después, él mismo no recordaba que las había dicho.

Borges declaró que en este mundo la belleza abunda tanto, que a veces es posible encontrarla hasta en los versos de los poetas. La verdad es que a pocos poetas les es concedido el don de embrujar las palabras casi sin proponérselo. Denis es uno de esos poetas. Cuando leo sus versos, no sólo los libros de poemas que ha publicado, sino los azarosos papeles que rellena y pierde sin fin, y que a veces tienen la fortuna de caer en manos amigas, de Gilberto Arturo, de Fernando Duque, que los conservan, los transcriben fielmente, y se los devuelven listos para volar de mano en mano, siempre siento que pocos poetas en nuestra lengua tienen esa virtud mágica y terrible.

¿A quién más le será permitido decir:
Hay dientes en las rosas que muerden la lluvia?
¿O
El camino es la rueda del otoño atascada entre las nueces? ¿Quién más se atreve a llamar a la lluvia
Los filosos hilos de plata que custodian las nubes?

Cuando el mundo lo desampara, la poesía lo salva. Sé que a menudo las noches de Denis son crueles. Nadie ha tenido más razón que él para escribir este verso poderoso, que ilustra el paso de la magia a la adversidad, de la pesadilla al día:

Sólo la metáfora me da valor para volver al mundo.

Hay poemas en los que Denis se atreve a decir las cosas más soberbias, pero es tan poderosa su música y tan definitvo su hechizo, que no podemos contrariarlas:

Ya sé que nunca moriré,
Cuando el sonido acabe en tu jardín infinito,
Porque tú eres lo bello y yo soy la memoria.

Kafka escribió memorablemente «Estamos construyendo el Pozo de Babel». Denis, en un poema a Dante, ha sido capaz de hablar de «el cielo subterráneo». Lo que nos dice, a menudo nos parece fantástico, pero un instante después descubrimos que es la realidad más visible. Uno de sus poemas a Zenócrate, porque la poesía de Denis tiene sus tercas obsesiones, y Tamerlán, y Zenócrate, y William Turner, vuelven siempre a ella, comienza con una pregunta que parece delirante y que enseguida se nos revela como la imagen misma de nuestra noche cotidiana:
.
¿Es que aquí no hay más que estrellas?

Ahora bien, Denis suele escribir los poemas más misteriosos. Oigamos este que se llama:

JUANA, RECOGEDORA DE CARACOLES NEGROS

Cuando detrás del caro cortinaje que corrige la luz del sol
Y la de sus ojos, se riega la noche,
Ella sabe dónde queda la fuente de grandes caballeros
De mármol, y en la hierba del claustro
Empieza a recoger los caracoles.
Son los caracoles negros de la isla de K.
En su canasto de luminosas antenas, aún respira el olor
Del invierno, o el olor de una lluvia que trepida
Cuando es verano.
Y recorre los cuatro corredores de cuatrocientos años
Que a su edad tan breve conoce de memoria,
Ignorando el falso mapa, el falso arquitecto,
El falso dios que la espera en el umbral rocoso,
Sin puertas, de la mansión donde habita.
La noche llamea y en sus columnas corren los sonidos;
En el segundo relámpago ella descubre la estatua de bronce,
La gran noche de brillo y asombro,
Y entre sus cabellos de falsas olas marinas
Deja caer los caracoles negros que se pierden, pero sus
Reflejos quedan como un destello único
Ante el que despierta de súbito, y el recuerdo
Sólo es una luz.
Ella está de rodillas.
Se levanta.
Y regresa.
.
Ahora oigamos este otro poema.

EL RELOJERO EXTRAVIADO

Siempre va y viene esperando la hora, sube y baja
Los doce escalones de la escalera circular
Y luego bebe agua en la sala
En un jarrón antiguo que gotea doce veces cada
Veinticuatro horas.
Después de la última campanada de la iglesia de San Juan
Recibe en su jardín la lluvia
Para llenar el jarrón, y vuelve a la sala, a su taller,
Y entre arenales termina la clepsidra.

En esa imagen mítica del tiempo, sentimos desde el comienzo el vértigo de las repeticiones, el subir y el bajar de un personaje, y el mundo que habita ese ser es como un gran reloj: la escalera circular, los doce escalones. Después aparece la imagen del mundo como una gran clepsidra, donde el personaje, hombre o Dios, apura una cíclica gota que renueva con el caudal de la lluvia. La lluvia en el jardín, el jarrón en la sala, son los extremos de esta meditación sobre el tiempo, copioso en el ámbito de la naturaleza y siempre mesurado en el ámbito de la cultura. También hay un misterio en la inutilidad del oficio de contar el tiempo incesante. Para decirlo de otro modo: alguien llena su tiempo midiendo en vano el tiempo, convirtiendo la lluvia copiosa, la lluvia generosa de la naturaleza, en el avaro gotear de la clepsidra, yendo sin fin del jardín a la sala, de la lluvia al taller, convirtiendo la humedad en resequedad (entre arenales termina la clepsidra). Y es verdad que una de las labores más absurdas del ser humano es esta de confundir el agua con la arena, reduciéndolas ambas a instrumentos dóciles para medir lo inconmensurable. Entonces sentimos que el relojero extraviado somos nosotros mismos, siempre tratando de abarcar lo inabarcable, de confinar lo ilímite, de convertir en silencio de arenas el canto pródigo de la lluvia, y acaso sólo confiados en que este incesante agitarse yendo y viniendo, subiendo y bajando, aprisionados por el tiempo doméstico de los relojes, nos justifique siquiera bajo la especie de una danza.

Como todo gran poeta, Fernando Denis es también un pensador. Un curioso pensador que piensa con imágenes, con cadencias, con ritmos, que maravillado en su lenguaje de colores y de resonancias, más libre que nadie en el desamparo de la vida, encuentra los enlaces desconocidos que abren con las palabras puertas en el vacío del mundo, puertas que dejan entrar la maravilla en el mundo gris de los otros. Allí donde los otros miramos los relojes, Denis dice para siempre

Vertiginoso rema el tiempo entre mármoles.

En otro poema Denis declara:

Abajo las otras piedras, las piedras
De la mente
Trazan un juego de círculos y laberintos
En el mapa de la mano amorosa
Que levantó la arquitectura de los infiernos.

Nos parece incomprensible que diga que los infiernos fueron diseñados por una mano amorosa. Sin embargo, también Dante lo había dicho. En las puertas del infierno el poeta leyó estas palabras de color oscuro:

Mossi justicia il mio alto fattore
Fecemi la divina potestate
La summa sapienza e il primo amore.


(Movió la justicia a mi alto hacedor,
Me hicieron la divina potestad,
La suma sabiduría y el primer amor).

Ello basta para comprobar que Denis no es arbitrario, que sus versos reposan sobre un suelo firme de referencias literarias, a menudo ni siquiera advertidas por él, pero cosechadas por su memoria, que es considerable. Así, por ejemplo, asociando el mito de Midas, que todo lo cambiaba en oro, con la dulzura de San Juan de la Cruz que habla de alguien que todo lo hacía bello a su paso:

Y yéndolos mirando,
con sola su figura,
vestidos los dejó de su hermosura.


Denis labra este verso:

Todo lo que tocas enferma de belleza.

Creo que podemos dedicarle, para concluir, ese verso suyo. Denis trasmite la enfermedad de la belleza. A veces puede pensar incluso que padece la maldición de la belleza. Nadie puede dudar de que está hechizado, de que sus palabras están hechizadas, y esa es la única condición para que surja esa cosa redentora y despiadada: la poesía. Esa divinidad que en sus versos nos dice:
.
Ya que en el alba
Despreciada por los párpados de los que duermen
Está la belleza del mundo,
Inventé la metáfora.
Otra forma del sueño
Para los que dormidos no sueñan
Para los que despiertos no me ven.

+++++++
.
MONEDAS DE ORO

José Ramón Ripoll
Cádiz, 30 de diciembre de 2008

No sabía mucho de Fernando Denis hasta meses antes de escribir estas líneas. La comunicación entre España y América aún no goza de la suficiente fluidez como para mantener informadas a ambas orillas de lo que verdaderamente importa. Si existe un desinterés general por las cosas cotidianas, cómo no lo va a haber por la palabra poética. Sin embargo, creo que la poesía es la forma de conocimiento más esencial del ser humano y, entre otras razones, por eso acudo a ella con la asiduidad de un adicto. Con motivo de reunir un buen número de poetas contemporáneos para publicar una entrega especial de RevistAtlántica de poesía dedicada a Colombia y a José Celestino Mutis, me llegaron las primeras noticias de Fernando Denis. Casi todas las personas consultadas me dieron su nombre, bajo advertencia de encontrarme con una de las voces más originales y ricas de la actualidad colombiana. Nada más recibir el primer aviso busqué algunos de sus escritos y, al leerlos, tuve la sensación de estar ante un eco que venía muy de atrás, pero que, paradójicamente, se convertía en palabra germinativa y novedosa en el momento de su lectura. Cuando me puse en contacto con el autor, supe que se llamaba José –como yo-, José González, que un sutil filamento nos había mantenido unidos desde hacía tiempo sin que ambos lo supiéramos y que a través de ese conducto casi invisible habíamos participado de un mismo pulso poético.

Nadie sabe cómo esta palabra que te traigo
Podrá romper todas las piedras: nadie..

Esos fueron los dos primeros versos que leí de Denis y no dudé en tomarlos prestados para encabezar mi próximo poemario, Piedra rota. Yo no creo en las casualidades -sobre todo cuando estas se repiten y terminan por moldear tu vida-, tampoco en el destino como argumento escrito, pero sí en el cruce de unas energías que se entrecruzan como producto de experiencias sinestésicas. Todavía hoy no conozco personalmente al poeta, pero estoy seguro de que él estará de acuerdo con lo que digo y le habrá pasado por la cabeza algo muy parecido a lo que trato de apuntar. Al recibir sus poemas inéditos para la revista ratifiqué mis sospechas: parecía, pese al lenguaje y estilo que nos diferencian, que esas palabras engarzadas en su propio ritmo respondían a una música interna de la que yo participaba. En verdad, creo que la poesía es música, mucho más que literatura, y que la de Fernando Denis se caracteriza por su disposición sonora, sus timbres y sus modulaciones, que hacen vibrar el poema como si fuese una pieza de concierto, conducida por una sugerente melodía y sostenida en una sólida estructura armónica y formal. Por supuesto que, aunque no es poco, es mucho más que eso: sus significaciones verbales, el refulgir de sus metáforas y la extrañeza de sus imágenes lanzan señales que, de manera sorprendente, invitan a traspasar la realidad y viajar con los nombres a un mundo de sueños e imaginación, donde esa misma realidad es aprehendida, por un instante, en toda su magnitud. Esto suele ocurrir con los grandes poetas, dueños de su lenguaje o quizás traductores de una lengua que a veces oyen entre susurros y en los momentos más inesperados.
.
William Ospina ha escrito sin ambages que “la más evidente virtud de la poesía de Fernando Denis es la originalidad.” Es cierto, pero yo añadiría su enorme capacidad de invención. Su voz pertenece a la estirpe de los poetas que inventan por encima de su marca o estilo. La sociedad postmoderna ha subrayado demasiado lo original como la divisa más importante del artista, pero hay que seguir creyendo que en el descubrimiento subjetivo de la verdad y, por tanto, en la inventiva de su territorio, se encuentras la causa primera de la expresión poética. Carlos Edmundo de Ory nos habla de la locura inventada para referirse a ciertos estados verbales que nada tienen que ver con la enajenación y mucho con la condición polisémica del lenguaje y la mirada. Desde que leí los primeros versos de Denis pensé en Ory como poeta perteneciente a su genealogía, aunque no se conozcan. Tanto en el español como en el colombiano hay un cierto rasgo de locura en el decir, una ráfaga inesperada que distorsiona aparentemente lo real para iluminarlo desde su cenit y un desdoblamiento preciso de la imagen para poder captar su verdadero centro.

“La poesía es un tren que viaja hacia la noche…”, nos confiesa el autor en las líneas introductorias de esta aventura mítica, desde el propio título de este libro: El mar arroja sus monedas de oro. Un tren que se adentra en la oscuridad ignorando su ruta y su destino, pero que encuentra su razón de existir en el ir y venir de sus viajeros, en el roce monótono de sus propios hierros sobre los raíles o en los nombres ambiguos que toman forma desde el humo que desprende su chimenea. Concretamente, este poemario es un viaje nocturno, aunque más sobre el mar que por la tierra, una larga travesía por el tiempo, “que es un mar incesante que perfora las piedras”, pero que al penetrarlo tenemos la sensación de pararlo y convertirlo de pronto en espacio infinito, donde podemos contemplar nuestra vida, todas las vidas a la vez, todos los momentos de la Historia en un solo plano sin conjugar sus verbos: ni pasado, ni presente, ni futuro, sino un lugar donde Helena, Isolda o Beatriz se funden en el amor de un mismo bardo, en la mirada del poeta a través de un prisma cristalino o en la escritura simultánea de sus propios nombres.

Hay un poema en el libro que puede pasar desapercibido por su brevedad y su temática, pero que creo importante porque actúa de bisagra y clave, un poco borgiano en su factura y quizás un tanto autobiográfico, como es “El relojero extraviado”. Es un hombre que sube y baja escaleras, bebe y llena su jarrón del agua de la lluvia y vuelve a su taller a terminar la clepsidra. Es una bella metáfora de la poesía, pero también de la vida. Todos tratamos de construir la máquina del tiempo repitiéndonos a nosotros mismos. Subimos, bajamos y bebemos hasta escuchar “la última campanada de la iglesia”, y entre esos mecanismos tratamos de comprender quiénes somos de veras. En este poema se articula y concentra toda la argumentación del poemario, por donde entran y salen personajes de todas las épocas, sugiriéndonos el tiempo con la voz del poeta como única forma de detenerlo y contemplarlo, desgranando así “la densidad del mundo, escondida en mi caracol de piedra”. El poeta lleva la casa a cuestas y se pasea por el tiempo sin ataduras ni obligaciones. No debe ni tiene que volver a ninguna parte, y desde su propia ventana ve pasar a Ofelia, Cleopatra o Salomé, les invita a entrar a sus estancias y, más que dialogar, vive con ellas, habla por ellas, hasta rescribir una nueva mitología que se abre camino entre sueños, oros y sombras. Hasta en el poema titulado “Bolivar”, la protagonista es Manuelita, la mujer que hizo al héroe o entendió mejor que él la libertad y el amor. No es casualidad que el poeta escoja personalidades femeninas para elaborar su discurso. A través de ellas, el mundo, e incluso el tiempo se hila con especial sensibilidad, no exenta, por otra parte, de fortaleza y decisión, y así pone en boca de Isolda estas palabras:

Wagner sabe que yo soy la música, el remedio cruel
Para alguien que ya no está en el mundo, y en el arde
Mi sangre nórdica cuando sus labios me llaman.
Por eso viene a visitarme, por eso me busca…

Isolda es la música de la misma manera que es el amor en su más grande dimensión y concepto, algo inalcanzable en su totalidad, pero modelo y recurso para quienes aspiran a tocarlo. Ella es remedio para los que no están, para su creador desaparecido, “para alguien que ya no está en el mundo”. Es como la palabra que salva y trasciende: al fin y al cabo, la poesía. Mas no deja de ser curioso que en toda esta aventura del espíritu, aparezcan imágenes y giros cotidianos, en un intento conseguido de intercambiar las realidades hasta el punto de unificarlas: Así, “ahora atraviesa el camino de la granja/ Y las berenjenas moradas le recuerdan las noches de Tubinga…” Creo, por tanto, que Fernando Denis es un poeta versátil, denso y total, en el sentido que mira al mundo y lo nombra sin remilgos, convirtiendo toda su experiencia en material poético, desde las altas cúspides de las montañas hasta el chapoteo de los charcos que pisan sus zapatos. Y eso se nota, no ya solo en la utilización y el amoldamiento de su lenguaje, sino en la ternura y fuerza a su vez de su dicción. No en vano dudó el autor en cambiar el título del libro por “Walkiria”, en otro ímpetu wagneriano y vigorosamente amoroso, queriendo robar el canto de la deidad femenina – posiblemente representada en el cuadro de Edward Robert Hughes, pues tengo entendido que Denis participa especialmente del gusto por los pintores prerrafelistas-, como escribe en el último poema, “Bajo los diamantes de tu cara”:

…..oh walquiria,
quien pudiera romper el cristal que te envuelve
para robar tu canto.
Yo estoy aquí para describir la sed del tacto
de esta tierra enamorada bajo tus pies…

Se trata, nada menos, que de una toma de conciencia del destino como escritor. Está aquí para describir el humus de la tierra por donde camina la amada, no en el sentido romántico del símbolo, sino en cuanto esa actitud pone de manifiesto el compromiso y la preocupación de un poeta moderno con la palabra, su oficio y el amor, que no son más que el desentrañamiento esencial de las formas y la lengua para señalar lo que hay detrás y más allá de ellas o, en este caso, más abajo.
.
Leyendo a primera vista la poesía de Denis, el lector podría disentir de la idea de la esencialidad ante su torrente metafórico o la hojarasca casi selvática de sus palabras, producto, creo yo, de una alianza consustancial con la naturaleza de su entorno, pero también, en buena medida, fruto de su postura vital, de visión mente onírica del mundo y de un fantástico razonamiento. Sin embargo, todo este aparente barroquismo no es más que un necesario trasiego desde y hacia el corazón de las cosas para nombrarlas en su secreto más auténtico, y así desvelarlos o, al menos, hacernos partícipes de su desvelamiento interior.
.
No sabría encuadrar a Fernando Denis dentro del panorama de la poesía colombiana, pues me faltan antecedentes y conocimiento para hablar de sus influencias, escuelas o pautas generacionales, pero de lo que sí estoy seguro es de que estamos ante un escritor deslumbrante, en cuanto sus versos están llenos de destellos que nos iluminan de repente como estrellas fugaces, resultado de quien observa atentamente el cielo y descifra sus constelaciones en la noche. Es un poeta que suena a sus poetas y, consciente de su tradición, deja orientar su música por cierta prosodia modernista, que supera y hace suya hasta reinventarla: “Aún siento el rumor de los versos que encendían las lámparas…” O en el mismo discurso de “Helena”: “El libro del fuego se abre como una candente ciudad en ruinas…” Lo hace y lo subraya en el poema dedicado a José Asunción Silva, donde pone en boca de su hermana Elvira las más bellas y sugerentes palabras de amor y amargura:

Aquí estaré hasta que amanezca, hasta que el luto cierre mis ojos.
No bastará el mar para ahogar esta soledad,
Ni estará la estrella en lo inmenso para guiarme hasta la puerta.
Beberé insaciable las horas de este día misterioso, su miel delicada
Hasta que brote un capullo en mi garganta de tanto hablarte,
De tanto suplicarle a la piedra.

Cuando uno se encuentra libros como este, verdaderamente hay que dar gracias al mar porque nos arroja sus monedas de oro. En este caso, sería deseable que el océano arrastrara en sus corrientes estos poemas y los esparciese por las playas de nuestra lengua, de todos los puertos y orillas de nuestro idioma en beneficio de la poesía y de la comunicación entre los hombres.
Cádiz, 30 de diciembre de 2008
+++++
.
LA POESIA DE FERNANDO DENIS

Por Cristina Maya ( 1 )
El Nuevo Siglo, Enero 10, 2010.
.
¡Oh! hermano del fuego, oh Turner, tú que sueñas bajo la tormenta , deja que tu espíritu haga brotar llamas en nuestras palabras.” Fernando Denis
.
Estamos en la Tate Gallery de Londres frente a una de las más espléndidas pinturas de Turner titulada: “El barco de guerra Téméraire es transportado a su último ancladero para ser desmantelado” *. El horizonte profusamente iluminado sobre el mar es el protagonista que invade todo el cuadro casi de manera agresiva con sus tonos bermellones, amarillos y azules. Podríamos decir que la intención del pintor es atraer la mirada del espectador e impresionar su pupila con ese resplandor que lo enceguece.
.
A Turner no le interesó nunca ser bien interpretado y frente a su obra maciza, impresionista y a veces incomprensible respondió: “No lo pinté para que fuera entendido, sino porque quería mostrar cómo luce semejante espectáculo”.
.
Si la obra de otros pintores nos lleva al mundo de la sosegada y misteriosa perfección de las formas como en Leonardo o en Rafael; a un universo mágico y surrealista como en las pinturas de Dalí o al delirio de los sueños como en el Bosco, podemos decir que Turner nos transporta a un mundo donde la luz y los juegos del claroscuro tienen una finalidad por sí mismos. El pintor lo dice todo a partir del espectáculo de luz que ofrece al espectador sin pretender nada más. Turner es el pintor visual por excelencia.
.
Hay algo de caótico en la pintura de Turner, algo de infantil e inacabado, metáforas de luz que se explayan a lo largo del lienzo y se muestran ante el ojo para sensibilizarlo.
.
Es precisamente este efecto el que se logra en la poesía de Fernando Denis y el que se trasluce en su primer libro La criatura invisible en los crepúsculos de William Turner (1997). Ese mundo alucinado de los colores que nos ofrece Turner aparece en muchos de los poemas de Denis, quien con su visión de poeta pintor transpone a las palabras lo que se representa en el lienzo. “Las palabras están en mis ojos”, dice. Su color predilecto como el de Turner el rojo, tiene múltiples interpretaciones simbólicas: es el color de lo pasional, de la vida, incluso de la agresión y de la muerte. El rojo es fuego y el fuego es a la vez principio vital que integra, según Heráclito, la lucha entre lo divergente y lo convergente, y supone al mismo tiempo el Logos como síntesis de su propia dialéctica. Ese fuego tiene orígenes míticos y explica en cierto modo lo primigenio en la poesía de Denis:
“Ví que algo más hermoso que el mundo / brillaba cerca de las grandes aguas: Era Adán, / y desde la hierba rojiza se levantó el fuego /que hizo los crepúsculos”…
.
El poeta pintor es, por lo demás, un ser contemplativo que observa con los ojos bien abiertos los colores que impresionan su mirada : “Si el cielo muriera conmigo en mis ojos abiertos / borraría el crepúsculo”. Su momento temporal es, desde luego, el atardecer como en los cuadros de Turner, pero a diferencia de aquél, a Denis no le interesa la mera representación de ese momento, su solo aspecto visual, sino que lo integra de un modo emocional a sus vivencias: “… Siento en mí los escombros de ese sol imposible/ y el amor , el más hondo que se haya resistido./ Muero de luz en esta tarde sola del mundo, /pasaré al horizonte, incesante y profundo”. En su poema “Aguada” dirá también: “Mar de escombros que enferma de crepúsculos”.
.
Con el recurso de la personificación se acentúa esta especie de introspección de lo sensible, este hacerse parte de la naturaleza asimilándose a ella a través de esta espléndida metáfora: “Mar que envejece el dolor de los colores/ en la sombra”. Quién había hablado así de los colores como si estos tuvieran una entidad humana ? Ya lo dijo Gaston Bachelard * en su libro La poética de la ensoñación: “... la sensibilidad de los soñadores de la mirada es tan grande , que todo lo que miran asciende al plano de lo humano”.
.
Y a propósito de los soñadores, casi toda la poesía de Denis es de carácter onírico y esta característica es un leitmotiv en su obra. En el fondo de todo poeta hay, pues, un soñador ,más aún cuando se trata de un poeta visual . Pero existe, además, una especie de reciprocidad en la mirada, el hombre mira al mundo y el mundo parece mirarlo a él .“Soy ciego, los colores ya no me ven.”
.
Mirar y soñar son la mejor síntesis, quien bien mira o contempla es quien tiene la posibilidad de detenerse , de gozarse en la lentitud de lo representado y de traspasar al mismo tiempo esos límites dándole la posibilidad a la imaginación de volar ,de inventar nuevas fábulas ,de crear mundos distintos a partir del material original.
.
En “El mar y el sueño del espejo rojo” el poeta se transporta al mar , a mágicos jardines, a puertas inaccesibles, a través de espejos y colores. “ Toda la noche soñando con la muerte de los colores /Bajo un resplandor neblinoso, y el frío del óleo /de las nubes / me reseca los labios y mis ojos ya semejan dos/ crepúsculos.”
.
Ricas y complejas metáforas que sucumben, a veces en lo barroco, personificaciones y comparaciones, muchos de estos recursos poéticos son usados por Denis. Pero el más interesante de ellos, la sinestesia, tiene lugar en su poema “Erósrato”.Allí dice refiriéndose a las doncellas: “Varias veces las vi hablando del fuego, y sus voces/ parecían crepúsculos/ en la oscuridad de la noche”.
.
Pero no solo el poeta sueña sino que sueñan todos los elementos, todo el universo sueña al personificarse.:“Un tiempo maravilloso de sueño, /se disgregó en el sueño del fuego…”
.
Del mismo modo su intención plástica le lleva a concebir el universo como un gran lienzo donde todas las formas posibles son susceptibles de plasmarse. Así hay dos de ellos donde puede anclarse la mirada: el firmamento y el mar. Entonces las palabras cumplen una especie de función pictórica a la manera como el artista pinta las diferentes formas con el pincel. “Pienso en el mar del siglo XIX /en ese enorme lienzo semejante al mar/que estremece el lenguaje..” Y que poesía y pintura se confunden, lo vemos con evidencia en estos versos: “Mira el dibujo que quedó en tu mano/temblorosa/cuando tocaste el cuerpo desnudo de la poesía”.
.
“Paisaje interior” es la experiencia delirante de un pintor que sueña el mundo de los colores en el transcurso de su loca carrera por un laberinto mágico, especies de cárceles llenas de escaleras y de puertas que debe atravesar. Su alter ego, un viejo dramaturgo shakespereano lo persigue encarnizadamente; es la personificación de su obsesión trágica por la pintura y se encarna en el famoso artista italiano Piranesi, autor de importantes grabados . “¿Cuándo podré liberarme del infierno de colores/ y de sonidos?/A esta hora ya me arden los pies, las entrañas /me duelen, me espanta el horror que /mis pinceles han creado “.
.
Hay una profunda unidad en la poesía de Fernando Denis, marcada por una temática esencial que se vuelve obsesiva y reiterativa, aunque con ciertas variaciones, a medida que transcurre la lectura de sus versos llenos de nuevos hallazgos e interpretaciones del mundo. No obstante el poeta se ha querido situar cerca de una tradición que alude a la cultura de la Inglaterra del siglo XIX, con figuras como las de Turner, y grandes poetas como Swinburne, a quien dedica su poema “Swinburne en el infierno” y Dante Gabriel Rossetti el prerrafaelista , su poeta y pintor predilecto. Aparece también en esta galería de autores la pintora Leonora Carrington, una de las grandes del surrealismo a quien se refiere en un hermoso poema titulado "Deniseos", al tiempo que nos da un entrañable testimonio del mundo griego y de sus mitos en las figuras de Heráclito, Artemisa y Eróstrato. Nos lleva de la mano por las viejas leyendas de Tristán e Isolda, etc, pero lo hace con la dinámica de un lenguaje siempre fresco y renovado y con un tono emotivo que seduce y atrae por la atmósfera que allí se recrea muy próxima al encantamiento reflejado, entre otras cosas , en esas doncellas que para el mismo Rossetti fueron motivo de su inspiración .
.
En la obra de Denis existe también un marcado afecto por el Caribe, por ese paisaje marino que sin duda contempló desde niño y que explica su poesía actual. En su libro Ven a estas arenas amarillas (2004) el protagonista es el alter ego del poeta, un joven pintor del Caribe que "reinventa los colores". Pero aunque el tema es nuestro trópico , el lenguaje de Femando Denis es universal y eso le ha impedido caer en cierto localismo que infortunadamente ha perjudicado buena parte de nuestras letras nacionales. “Una carta para Remedios Buendía” así lo revela:

……………………………
Qué hermoso crepúsculo nos separa, Remedios.
Qué lejos están nuestras palabras ahora.
Hace días que las mariposas amarillas no trazan
Su vuelo en mi cuaderno, no describen la forma
Que dejaste entre los hombres.

Y así, entre colores y sueños, la poesía de Fernando Denis ostenta el signo de la alta poesía.

Otro de sus libros, Alguien enciende las lámparas de Octubre, (2007) contiene una temática similar. En "Inenarrable Inárida" vuelve a surgir la identidad escritura-dibujo , lo mismo que en “El cuadro en el sótano” se expresa la escritura de un poeta impulsivo y de unos personajes violentos y desesperados.

Una noche terrible quemé sesenta
bocetos tuyos
y los arrojé desde la azotea
bajo la lluvia.

Porque la pintura es un ser vivo con el que se dialoga, se piensa y se vibra: ¿ Dónde el rojo piensa en el violeta?/¿En qué jardín? Y la mujer, como en su bello poema “Una carta para Magdalena Galarza” es el gran motivo de su inspiración.

Lejano, me dices, y tu voz se extiende,
Y yo palpo
En la sombra buscando tu nombre: Magdalena.
………………………………………………
En el armario conservo los azules que traías
del mercado
para embriagar las paredes ,
para pintar un pájaro azul que cantara
en mi alcoba.

Pero al mundo de los colores y los sueños (porque escribir es soñar) se agrega el de los sonidos, también constante en la poesía de Denis, que marca, entre otras cosas, el tono de una poesía intimista, de carácter fantástico, casi susurrada al oído: “Música de Vivaldi, violines rojos. / Canciones de amor eterno, rojos aposentos / para la ternura ./ Todos los pájaros de esta isla solitaria saben / que tu música /arrulla el silencio de la memoria /mientras duermes.”

Sin duda alguna ,hay mucho de surrealismo en estos versos donde lo onírico predomina sobre las formas racionales y el sueño se apodera de una realidad que, vista a través de su lente, se hace cada vez más soterrada y más fantástica .Entonces los colores y los sonidos se entremezclan y confunden y las imágenes , en general, cobran la dimensión de lo imaginario .Por esta puerta entra también Denis al mundo del mito. Y así lo revela en “El encanto de Lilith” donde emula con el propio Rossetti y “La alcoba del edén” de su autoría, a través del cual se perfila magistralmente la leyenda de esta mujer .

Y los más hermosos de sus versos "¿Puede el arte ser invisible?”.

Ya los sagrados mitos que conspiran
en el sueño del mundo
te anuncian .
…………………………………………….
Tú ,con el mar ardiendo en los ojos, me dirás:
“Vine a mostrarte los colores de las cosas que
sueñas.”
A punto de perderme en el incesante
Crepúsculo, te diré ,
“El color de tus ojos después de haber leído
Tristán e Isolda.”

Fernando Denis escribe día a día sobre los temas que ama y entre ellos está el de la ciudad. Encuentro en mi buzón uno de esos poemas que va regalando a sus amigos, con cierta generosidad irresponsable, en su continuo transitar por Bogotá en busca del sustento que le ha tocado ganarse por y en virtud de la poesía. Nacido en Ciénaga (1968) y de origen humilde, se ha ido formando solo, gracias a su afición por la lectura y su irremediable obsesión por la belleza. Tomo el poema, lo leo despacio, dejándome envolver por su encanto:

....la ciudad va rodando como una mágica bola de
cristal
adentro va nuestro destino que dirá una leyenda
urbana.
La ciudad entre las hojas de plata donde se asoma el tranvía,
la ciudad que duerme bajo sábanas verdes,
en los espejos y en los estanques rumorosos,
la ciudad grabada en tu mano, en el mapa de tu
mano,
la misma que yo escribí en los murales,
entre dos grises,
entre tu soledad y la mía,
……………………………………………
Oh las edades sin tiempo.¿Cómo se juntan
las piedras
para crear las formas?,las encrucijadas ?
¿ Dónde los escombros reúnen sus colores, dónde
inventan mi buhardilla?

Pero lo que en realidad hemos querido celebrar con esta nota es la aparición de su último libro La geometría del agua, (2009) publicado por la Editorial Norma, que recoge temas anteriores y algunos nuevos donde se destaca principalmente una insólita galería de poemas a ciertas mujeres imprescindibles: Elena, Isolda, Salomé, Magdalena , Beatrice Portinari, Cleopatra ,Ofelia, Elvira Silva, Manuelita Sáenz y Camille Claudel entre otras. Tampoco le ha dado miedo a Fernando Denis referirse a Virgilio, ni hablar incansablemente sobre Homero y otros cuantos personajes de la literatura universal que muchos de nuestros poetas actuales desdeñan.
.
Sea el momento , entonces, para aprender a apreciar la buena poesía de la que no ha estado nunca exenta nuestra literatura, pero que ha sido en cierto modo olvidada por la aparición y difusión de tanta y tan mala poesía surgida en las últimas tres décadas gracias, entre otros, a ciertos Nadaísmos y Generaciones Desecantadas. ¿Nuevos rumbos para la poesía colombiana?
------
* NoTiCas de NTC ... :
La última singladura del «Fighting Téméraire» (The Fighting Temeraire Tugged to Her Last Berth to Be Broken up), óleo sobre lienzo, National Gallery, Londres
.
Aproximación onírica a Bachelard.
Bachelard reeditado: De La Poética de la Ensoñación y La Poética del Espacio
Carlos Alberto Villegas Uribe. Universidad Javeriana (Colombia) 2005
http://www.ucm.es/info/especulo/numero29/bachelar.html
+++++

Actualizó: NTC … / gra . Enero 11, 2010. 3:36 PM / Enero 13, 2010. 8:39 PM // Enero 25, 2010. 10:43 PM